Restos de la muralla árabe de Madrid. Fuente: Urbanidade |
Creo que fue hace aproximadamente una semana cuando David Alonso, nuestro profesor de Historia en la UCM, nos propuso algunos libros esenciales para comenzar nuestro trabajo. Entre ellos, nos propuso el titulado Madrid: Historia de una capital; de Santos Juliá, David Ringrose y Cristina Segura (Madrid, 2000, Alianza Editorial). Lo comencé a leer al día siguiente en uno de los mejores lugares en los que uno puede entregarse placenteramente a la lectura: la Biblioteca Nacional de Madrid, de la que quedé gratamente impactado. Sin embargo, ahora no me detendré en contar mi experiencia en tan insigne edificio, pues creo que eso merece otra entrada aparte, y ahora me centraré en lo que más nos interesa, que es la historia de Madrid y, más concretamente, sus primeros vagidos como ciudad.
Siempre he vivido en Madrid y, sin embargo, por el momento no puedo considerarme un experto en su Historia ya que, de hecho, desconocía numerosos datos que he podido leer en este delicioso libro. Lo que nos ocurre es que tenemos demasiado arraigados los famosísimos modelos del “Madrid de los Austrias” y el “Madrid de los Borbones”; y parece que nos quedemos ahí y en el posible origen árabe de su nombre: Magerit. Pero no sabemos nada más.
Pues bien, Madrid fue fundada en época musulmana durante el emirato de Muhammad I (852-856) con un objetivo puramente defensivo: fue construida en la Marca Media (antigua denominación andalusí de la zona central de la Península) para proteger los territorios musulmanes del sur de los ataques de los cristianos que pudieran proceder del norte y, también, para evitar una posible rebelión muladí (las poderosas estirpes de los Banu Qasi o los Banu Habil eran muladíes con gran influencia y bastante temidos por el poder central de Córdoba).
Alcázar de Madrid. Fuente: Wikimedia |
Esa es una de las hipótesis de la fundación de la ciudad, pero hay otras que son igualmente válidas. Por ejemplo, puede sorprendernos la ubicación de Madrid si contaba con esa naturaleza defensiva, al cobijo de la Sierra de Guadarrama y situado en el centro de una gran llanura que estaba, además, controlada por la ya poderosa Toledo. Nada más lejos de la realidad, precisamente, la Sierra sanea el ambiente de la ciudad cuando soplan vientos favorables y, si fue fundada en el sitio en el que se encuentra, es porque esa función defensiva y militar de la que gozó desde el principio la llevó a controlar el posible avance cristiano a través de la Sierra y, algo más tarde, una no menos probable sublevación por toda la Marca Media de la que ya hemos hablado más arriba.
Además, no es del todo cierto que se cimentase sobre una enorme llanura , ya que los primeros edificios (el alcázar, las murallas y las primitivas viviendas) se construyeron entre el río Manzanares y una colina, por lo que controlaban formidablemente todo el entorno circundante. Por añadidura, el río le servía a la ciudad como fuente de saneamiento y abastecimiento, algo siempre difícil en las ciudades medievales. A su alrededor fueron aumentando las zonas de cultivo y regadío. Otras zonas, como El Pardo (entre otros), proporcionaban a la ciudad madera, fundamental para continuar la construcción de la ciudad y para utilizarla como combustible en invierno, y caza.
Los primeros edificios que se construyeron en la zona que ahora ocupa Madrid fueron, lógicamente los de carácter militar. Así, tras el alcázar y la almudayna, surgió la medina (el núcleo civil), probablemente a causa de la emigración de las gentes que, o bien buscaban la protección de la fortaleza, o bien querían sacar provecho de ella vendiendo allí sus productos. Hasta el califato de Abderramán III (929-961), es decir, un siglo más tarde, la primitiva Madrid no obtuvo el grado de ciudad. Para ello era indispensable el desarrollo de la medina y la construcción de la mezquita mayor, ya que hasta entonces sólo había una pequeña mezquita que atendía las inquietudes religiosas de los guerreros.
Abderramán III. Fuente: Nueva Acrópolis |
A pesar de su pequeño tamaño, especialmente en comparación con la cercana y poderosa Toledo, Madrid gozó de buena fama mientras estuvo bajo poder musulmán, si bien no era muy conocida por los cronistas árabes de la época. No obstante, la notoriedad de Madrid como fortaleza era incuestionable. Simplemente me remito al historiador al-Himyari, que consideraba a la ciudad como una de las mejores fortalezas de Al-Ándalus. Sus murallas, que protegían todo el perímetro, eran de aspecto imponente cuando eran vistas desde fuera; y se ganaron también una buena reputación, pues según se decía “eran de fuego”. Esto que a nosotros puede sonarnos a una leyenda tremendamente exagerada, se ha demostrado que era cierto: los lienzos fueron construidos con piedras de pedernal, que como bien es conocido, al chocar con otra piedra o un metal, hace que salten chispas.
Con esto, ya podemos completar parte del lema de Madrid: “Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son.” La otra, referida al agua, hace alusión a la cantidad de manantiales y fuentecillas que surgían de las calles de Madrid, acompañadas también del Manzanares, algo que los musulmanes apreciaron mucho en sus ciudades (gustaban de construir estanques, albercas y cauces de agua con los que refrescarse y relajarse, tal y como aconseja el Corán). Quizás el nombre de Madrid procede etimológicamente del mayrat, palabra con la que los árabes llamaban a las conducciones de agua, tan abundantes aquí.
Durante los años y siglos siguientes Madrid siguió contando con esa función defensiva con la que había sido fundada. En el siglo X Almanzor convocaba en ella al ejército con el que partía hacia sus razzias. En este mismo siglo Madrid sufrió dos asedios, uno frustrado del conde Fernán González, y otro de Ramiro II el 932, que llegó a apoderarse de los arrabales situados fuera de las murallas. Pronto se retiró debido a la resistencia que seguía presentando la guarnición allí fortificada.
Una vez que se establecieron los reinos taifas en el siglo XI, Madrid quedó adscrita al de Toledo y pasó a pagar los parias para evitar una invasión cristiana. De este modo, la relación entre Madrid y los reinos cristianos se fue estrechando y el carácter militar y defensivo de la ciudad, apaciguándose. Gracias a ese “pacificación”, el comercio y las actividades económicas crecieron a un enorme ritmo y, por ello, el Madrid islámico entró en su máximo esplendor.
Alfonso VI de Castilla. Fuente: Wikimedia |
En oposición a este auge de la ciudad, a finales del siglo XI, los reinos cristianos del norte continuaron su avance hacia los territorios musulmanes y ocuparon todo el Sistema Central. El próximo escollo en su camino era la Marca Media, encabezada por Toledo, que hasta hacía bien poco había sido uno de sus aliados. Según se cree, Alfonso VI, el rey castellano, pactó un acuerdo con Alcadir, el de Toledo, según el cual Toledo y todas las tierras de la Marca Media se rendirían sin ofrecer resistencia a cambio de que Castilla los ayudase a conquistar el reino taifa de Valencia. Así se hizo y Madrid, entre otras muchas ciudades, pasó a estar bajo control de la corona castellana a pesar de su condición de ser casi inexpugnable.
Ya bajo el influjo de los cristianos, Madrid sufrió grandes cambios en su estructura urbana, como, por ejemplo, la consagración de la mezquita mayor en iglesia (de Santa María). También llegaron a la ciudad nuevos pobladores mozárabes procedentes del sur y otros repobladores con la intención de intentar mitigar la abrumadora mayoría de población musulmana. Para evitar posibles revueltas, se le permitió conservar sus costumbres, tradiciones, lengua y religión a cambio de que reconociesen al rey de Castilla como su legítimo señor. Esto supuso una excepción dentro de la política repobladora seguida por los castellanos hasta el momento, que habían ido sustituyendo la población de los lugares recién conquistados, normalmente rurales, por cristianos.
No obstante, tras la furiosa invasión de los almorávides, Madrid recayó en 1110 de nuevo en poder musulmán, con excepción de la almudayna y el castillo, donde con dificultad consiguió resistir la guarnición castellana. Fue Alfonso VII, el rey que posteriormente obtendría la decisiva de las Navas de Tolosa en 1212, el que consiguió recuperar los territorios perdidos alrededor del tajo, entre los que se encontraba Madrid.
La lucha entre moros y cristianos. Fuente: Cultura-Andalucía |
Para evitar una reconquista musulmana de la ciudad, llegó más población desde el corazón de Castilla y se dispuso una línea defensiva en la zona sur, cuya defensa se encomendó a las Órdenes Militares, que consiguieron repeler la invasión almohade del siglo XIII.
Aunque por el momento acabaron las campañas militares para Madrid tras su integración en el Reino de Castilla, comenzaría para la ciudad un nuevo conflicto de índole territorial: la disputa con Segovia por el alfoz (la zona de influencia y expansión de una ciudad) y las tierras de la Sierra de Guadarrama, pero eso será tratado de una forma más específica en una futura entrada dedicada de nuevo a la Historia de Madrid. Desgraciadamente, bajo la nueva administración castellana, la ciudad perdió parte de esos avances culturales que habían aportado y desarrollado los musulmanes en todos los territorios que les habían pertenecido.
La Historia decidió cambiar el rumbo que había de llevar Madrid.
Sergio Guadalajara Salmerón
24 de octubre de 2010
Fuentes utilizadas:
Sergio Guadalajara Salmerón
24 de octubre de 2010
Fuentes utilizadas:
- Santos Juliá, David Ringrose y Cristina Segura, Madrid: Historia de una capital, Madrid, 2000, Alianza Editorial.
- Páginas web varias para breves consultas y para la obtención de imágenes.
Magnífico, Sergio. A seguir así.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho esta entrada, como tú soy madrileño por tres generaciones, (cosa rara ;)) y desconocía muchos de los detalles que expones.
ResponderEliminarUn interesante trabajo.